lunes, 8 de abril de 2013

Garabato (Por Gastón Kurepa)


Entonces hacemos así, vos te encargas del llamado, pero cómo qué llamado y cuántas veces. La luz amarillenta apagada que brinda el Gobierno para cubrir la insatisfacción vecinal de sensación, intermitente faro clase mediero, se cuela por los agujeros de la persiana y entonces bajala del todo y no porque tengo calor, que entre la fresca. Las bicicletas bien guardadas y el recuerdo del casi choque da el pie a las risas más estruendosas y exageradas. En el paroxismo de la risa, en ese momento en el que los dientes y las caras deformadas de alegría dan paso a lágrimas aún más alegres, a pesar de que estas se encuentran muy relacionadas a la angustia, la tristeza y otros males menos (o más) dolorosos, la luz se apaga y el cuarto absorbe el ennegrecimiento flúor del cielo (maldita contaminación lumínica dirías). 
Ay Marike, Marike, Marike. Vos sos como Papa Noel, o mi viejo, y menos mal que lo dijiste vos, parece más apropiado. I always tell the truth, even when I lie.
Lo especial de lo absurdo de la consecución,
del ritmo,
pausado,
muerto
           y final y la prosa que se destroza sin saber qué fue lo que la atropelló, al igual que la teta gigante del Estado que se realiza cíclicamente mamoplastíaskeynessianas y neoliberales ad eternum, por el fin de los tiempos, amén.  Once años agrega el iletrado. Con trece lectivos de ciento ochenta, los números. El reino es la numerología, el trono de la exactitud y del preciso momento de dejar el engaño de las palabras al engaño de los dígitos. Un código a otro.
Un, deux, trois, quatre, cinq
Entonces el ring ringringring que cambió y pasó a ser el bramido del bronce que rompe los oídos y abre los ojos que no quieren madrugar, enfrentándolos con la vida rutinaria. El acelerado final incongruente y esotérico. Quiero hacerte la revolución. Allegro ma non troppo. Risas. Bueno, basta, el llamado y qué llamado otra vez. Sin risas, los momentos pasan y las cosas van perdiendo su sentido original. El diario publicita una línea de ropa erótica de encaje junto con el obituario lleno de cruces y estrellas de seis puntas. Los golpes y arrebatos de tinta negra sobre el papel grisáceo, áspero, del orden de los pasquines. Viste cómo rompe las pelotas Flavio con lo del taller, ya me tiene cansado. Tiene la idea fija, déjalo, tal vez hasta le sale bien.  Pero que se vaya a la puta que lo parió.
De repente un camión irrumpe ruidoso, desvencijado, en la noche. El acoplado, que no es más que una falsa jaula de madera recubierta con una lona que había conocido una época mejor. En la cabina un hombre real y tangible, tan lejano como cualquier otra persona pero con una relación casi dogmática, cuestión de fe, de que los dos somos los mismos, doppelgängers de compaternidad y durante este instante de realidad, fotografía perfecta, se sucede en la habitación el discernimiento entre una exégesis, una elségesis y si vale la pena hacer una pizza con muzzarella y jamón o algo más. Le tengo miedo a lo desconocido (actuación exagerada, gritar un poco por herencia y temprana sordera). Ese es el miedo y el peligro, recuerdo una vieja que en Santa Fe y Suipacha arremetía a los gritos contra una chica que le había pedido monedas porque, textual, esa negra sucia le había querido robar. Cuando todo se calmó se acercó a un hombre y le dijo que no, no soy racista, no es el color de piel, es la mente. Negra. Desconocido. Beware the Jabberwock. De repente el ataque de las cuerdas, inesperadas en ese momento, trampas de la tecnología de la aleatoriedad programada. Un recuerdo, una noche confusa en el centro que derivó en el viaje en colectivo (el 146, Sarmiento fría y deshabitada, de día hormiguero, de noche el desierto pavimentado) y en un cartel con la leyenda “Once, barrio de oportunidades y negocios”. Pasando una puerta de vidrio más parecida al escarnio del abandono sistemático que la semejanza en esa imagen de aquel estudio de grabación a dos cuadras de Rivadavia. Grande, espacioso, se podía oler en el ambiente cierta mística, como la llaman algunos desventurados, tal vez historia para otros. Los nombres en las paredes partenaires de las fotos que atestiguan porque más vale el recuerdo plasmado, tangible y observable, ubicable en el tiempo cronológico y tal vez le podemos tirar un poco de parmesano arriba. Una persona que había trabajado en ese estudio le contó la historia de un fantasma que aparecía durante las grabaciones de diversos artistas pero que tenía cierta predilección por las Orquestas de Tango. Él aseveraba que las notas que el pianista de carne y hueso (como para diferenciarlo de alguna manera sin tener que recurrir a la palabra ectoplasma, que siempre termina derivando en cuestiones ectoplásmicas del agrado terrorífico por palabras particulares que lo obligaban a pensar en ellas, ergo se distraía de todo el resto) ejecutó durante la grabación eran diferentes a las que se escuchaban. Ojos cerrados y acto de fe. Uno decide creer, o por lo menos respetar ciertas historias, tal vez por agrado un fantasma agradable, musical, es factible (contubernio, concomitante, yanaconazgo). No se sabía el nombre del espíritu, ni la razón del aparente embrujo sobre el estudio de grabación.
A fin de cuentas, nunca fuimos tan distintos. No mi viejo, te lo juro, nuestras vidas se parecían tanto como las cruces en Chacarita. Esencialmente eramos los dos cultivados de forma autárquica (del griego αὐτάρκεια agrega la Real Academia Española), enfrentados a una sociedad que no nos mostraba los dientes (ahora ofrece dulces gruñidos, amenazas al interior, al centro). Entrenados vagamente en el jazz y en el amor, o algo parecido a eso. A veces era una especie de posesión, un juego de compra-venta, un Estanciero (y hace mucho ya). Pasame el orégano, le tiramos un poco ahora y queda increíble te lo juro. La tele se prende, son of a bitch, qué es eso y seguro que es un western. Vos tenes la mirada de Clint Eastwood. El pianista no había grabado eso, te lo juro pibe. Hay que creer, no queda otra. Sobre todas las cosas por esa elección estética tan airosa de sabiduría barrial, de malevo derrotado por Palermo y que se volvieron todos putos, acá son todos ladrones y qué me vas a decir a mí que yo la se lunga. 
De repente se rompe el silencio. Los dos parados enfrentados, uno en cada punta de la habitación (es espaciosa sin tantos muebles molestos).


Acá las cosas se caen por los chocarreros

En este momento necesito una mano.
Y sabes muy bien que la necesidad
Ya se, tiene cara de hereje
Me se de memoria tus diálogos Clint
Prefiero ser James Dean
    No, ya no podes elegir. Sos Clint
                         A ver, pasame esa bandeja
You’ve got to ask yourself a question.
Do I feel lucky? Well…Do ya punk?

(mira, le encanta cuando hace eso pero sabe que inevitablemente llegará el momento en que todo pierda la espontaneidad, o por lo menos el ritmo irregular e intrigante. Un cuadrado. Cuatro por cuatro y se terminó.)
La música siempre es mejor.

Música, melancólico alimento para los que vivimos de amor
Te pido por favor que contengas a tus demonios.

(la vuelta de la oposición, polarización espacial y habitacional)

¿Me pasas las sedas y los filtros?
Por favor.
De nada.
Tarado.
Por favor.



No more shallwepart y corren los créditos con la misma tipografía de siempre, swing para las almas tristes. Tiene un ruido imperceptible, como algo suelto al acelerar, al agregar lo nuevo. Un zumbido interminable. La cinta que corre infinita golpeando con su látigo, su hidra proporcional (más en la apertura que en el crecimiento de la cefalea) al aire y el chasquido cayendo irrefrenable. Controlar a los demonios, qué se cree, me toma por loco. Me toman el coco y la leche al gato. Los recuerdos de una infancia difusa y una pre-adolescencia/adolescencia/adultez temprana retraída, de una timidez de una envergadura notable y una sensación de derrotero inexplicable y constante. El flujo de eventos con una singular lentitud pero que hacen efímeros los días.
La amistad con la ciudad, el enamoramiento tardío y el reconocimiento de amante tempestivamente rencorosa, la bicicleta con el motor de la liberación en Avenida de Mayo, recorriendo la historia conservada sin brillo, sólo para unos pocos (turistas en su mayoría, entrar al Tortoni es una batalla cosmopolita). Once: Barrio de oportunidades y negocios, Rivadavia como fiel muestra de la Capital del Miedo (exagerado) las bocas cerradas con labios grises de chapa, el silencio de la ciudad, esa paz que se encuentra en momentos extraños, como puede ser un sótano con bandas o  en la Plaza de la República a las cinco de la tarde con el sol cayendo sobre Corrientes. Je suisétudiant de musique. Entonces la oferta y el rechazo con la excusa de la inconexión, del desconocimiento. No es el miedo a lo concomitante, más bien el deseo de preservar la especie, de relevar el sueño fatal del yanaconazgo y los créditos que corren rápidamente mientras el detergente quita la grasa de una pasada. Dientes blancos y firmes en alta definición, ni un diente marrón/negro, ni una dentición perdida y desvariada para el mundo exigente de frontalidad y blancura especial. La orientación vocacional  de la vida menos dolorosa, hablar a través del doppelgänger espiritual y mental (sobre todo mental, residente permanente del raciocinio). La ciudad invade las vidas y convierte las distancias en algo enorme e inevitable. Pensar en Bernal, pensar en San Martín o Nueva Córdoba. Da lo mismo ya. Las realidades, distintas capas, algo que no se puede soportar realmente. Se siente la pérdida de lo creído y lo estipulado, los prejuicios (perjurio tácito, la escandalización por la muerte del rey y la forma cómo cuentan en Francia).  Perder un día, perder la vida y el tiempo, el bien preciado, el lujo de la aglutinación del ser. Tal vez la vida no sea sólo esto, o tal vez esto sea el máximo, y de todas maneras nunca.