lunes, 27 de abril de 2015

Knocking On Hells Door: Dylan Heart (Por César C. Espí Hernández)

Tomando café hace algunos días, distraído, observando a los parroquianos del bar donde me encontraba, intercepté la conversación de dos chicos que reivindicaban la autoría de la canción Knocking On Heaven´s Door al errabundo cantante Axl Rose. Aquel comentario me dio a pensar que muchas canciones de Bob Dylan nunca fueron demasiado de Bob Dylan: Las dejaba sin terminar, desnudas, desarregladas. Como las hijas de un padre ausente que desea que sea otro quién tome cargo de ellas. Con el café enfriándose, concluí que tal vez hubiera algo detrás de aquel extraño comportamiento, y la fascinante idea de que un autor de la talla de Dylan pareciera querer deshacerse de sus propias composiciones comenzó a cocerse en mi cabeza. 

Me reconozco entre los que en algún momento de su vida han pensado que All Along the Watchtower era de Jimi Hendrix, Like a Rolling Stone de los Stones, Mr. Tambourine Man de The Byrds, Highway 61 Revisited de Johnny Winter, I Shall Be Released de The Band o If Not For You de George Harrison, así como Country Pie, My Back Pages o Father of Night de The Nice, Roger Mc. Guinn y Manfred Mann, respectivamente y, sin embargo, son conscientes del enorme peso músico/social que significó y significa la trilogía formada por los discos; Bring it all back home (1965), Highway 61 Revisited (1965) y el celebérrimo Blonde on Blonde (1966). Firmados por un mesiánico Bob Dylan que, tan solo, un año después de la publicación de éste último, desaparecía de los escenarios recluyéndose en una granja en Woodstock (Nueva York) junto a su familia, viviendo austeramente, alejado de la escena musical y deshaciéndose de sus propias composiciones en huidizos discos de autocomplaciente decadencia. Usó como excusa para el exilio un misterioso accidente de tráfico con su motocicleta ocurrido en Julio de 1966, y se quitó de en medio diciendo “haber visto la luz”, evitando en lo sucesivo, cualquier halo de notoriedad a través de su música.

Es justo a partir de este momento cuando Dylan comienza a componer diamantes en bruto y son otros los que, como cervezas de un cubo helado en una fiesta, extraen el jugo de su repertorio siendo el propio Bob Dylan, quien suena muchas veces como quien versiona sus propias composiciones. Una extraña e hiperbólica elipse con un oscuro pasajero en su centro -Robert Allen Zimmerman-

Es aquí cuando la trama cobra sentido. Me cuestioné si detrás de aquella curiosidad habría una intención u objetivo pergeñados por el propio autor o respondía, simplemente, a una injusta casualidad, y traté de resolver mentalmente el enigma. Recordé una turbadora entrevista concedida por el propio Bob Dylan: En ella afirmaba, con evidente congoja, que a día de entonces (el de la entrevista, hace algunos años) seguía pagando una enorme deuda derivada de un contrato suscrito con “el comandante en jefe de un mundo que no podemos ver”, con cláusulas tan antiguas como las que firmó el primero de los hombres. De ahí, mis deducciones oníricas me condujeron al Fausto de Goethe, que a su vez me hizo desembocar en Angels Heart, la gran película de Alan Parker, basada en la recurrente venta del alma al diablo: Enseguida columbré los inquietantes paralelismos entre Johnny Favourite (alter ego de Harry Angel) y Robert Zimmerman (alter ego de Bob Dylan).


Quizás Dylan también hubiera permutado su alma a cambio de la fama y la fortuna; y quizás también él, desde la atalaya de esa gloria ya conseguida, hubiera tratado de eludir sin éxito el cumplimiento de su obligación sinalagmática. Como Favourite, Dylan también hubiera sido descubierto por su particular e implacable Luois Cypher (Lucifer), que habría castigado su esquizofrénica "mise en escène" con un dramático descenso a los infiernos. Johnny Favourite sufrió el volver a ser Harry Angel con un papel de vulgar detective de poca monta, debatiéndose agónicamente entre el evangelismo, el vudú y la apostasía. Nada muy distinto a lo de Dylan, que desapareció del mundo (que es lo que suponía recluirse en su granja de Woodstock) convirtiéndose en un amnésico anónimo al que ya se conocía como un Judas y un traidor. El tipo de persona que tanto agrada al maligno a quién suponen un estímulo extra. La traición de Harry Angel a todas sus amistades forma parte del oscuro encanto del personaje siendo su "alter ego", Johnny Favourite, quién perpetrara las vilezas. Robert Zimmerman, por su parte, también decepcionó a sus admiradores, a sus líderes religiosos, e incluso a sus más generosos colaboradores, The Band, siendo el protagonista de estas felonías su secundaria y turbia personalidad: Bob Dylan.

Durante toda su vida, Dylan, ha tratado de deshacer el pacto con Louis Cypher, atormentado, como todos sus antecesores, por el alto precio a pagar por algo tan vacuo como es la fama y el dinero. Al comprobar que su intento de burlar al demonio había fallado recurrió al último recurso de los condenados; solicitar el amparo de entidades superiores. Pensó que convirtiéndose al catolicismo y actuando ante el Papa podía declararse salvado y acceder al indulto que se concede a quién cambia de bando, al perdón del traidor… al beso de Judas.

-Sabéis que estamos viviendo los últimos días. Llegó a decir durante la gira del álbum Saved (1979) y, tras citar la Biblia, añadió: Echad un vistazo a Medio Oriente. Os avisé en The Times They Are-a-Changin´. Dije que la respuesta estaba flotando en el aire, ahora os digo que Jesús está de vuelta. Concluyendo el sermón diciendo sentirse rescatado por la gloria de Dios, redimido, y lleno de gracia divina al grito de Aleluya que no evitaba que un nauseabundo olor a azufre aun le envolviera la pituitaria.

Seguramente, y tal y como sucede en el imprescindible film de Alan Parker, Dylan, no consiga zafarse nunca de su acuerdo con Louis Cypher, y acabe por ser llamado a dar su último concierto. Un recital íntimo que ocurrirá en una amplia sala, donde un deleitado Cypher le esperará solo, sentado en una confortable butaca de terciopelo, acariciando la empuñadura de su elegante bastón de plata y preparado para escuchar a su más escurridizo socio entonar, durante toda la eternidad, el estribillo de aquella canción en la que decía sentirse como llamando a las puertas…del infierno.